domingo, 8 de octubre de 2017

79

79

Cuando era niña pude ir a la escuela
una vez recogida la aceituna,
pero no pudo ser por mucho tiempo,
porque estaban la tienda, las gallinas,
la tabla de lavar y la matanza.
Los años que le llevo a la mayor
son exactos testigos de la edad
de la preñez de niña que madura
al compás del deseo del obrero,
que acabó siendo el padre de los cinco.
Apenas sé leer. Mi nieto escribe,
y le quita importancia a mis elogios,
y lo hace de verdad, yo se lo veo,
me dice que el saber se mide sólo
en trozos de jabón del hecho en casa,
en arroz que triplica su tamaño
sin pasarse. Mi nieto nació triste
y tiene esa tristeza en la mirada
tan triste como el galgo de mi padre.
Y me coge las manos, que son huesos,
y me dice que pronto, en pocos días,
haremos chocolate y picatostes.
Lo dice de verdad, y yo me callo,
pero los dos sabemos
que la palabra siempre

se termina gastando por el uso.

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